madrina perfecta

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Puede que la reina Sofía deseara a una futura consorte del príncipe Felipe distinta: aristócrata, más cercana al círculo de la familia real, y sin un divorcio a sus espaldas. Pero lo cierto es que la reina emérita se puso, desde el primer momento, al lado de su hijo. Siempre ha presumido de ser la primera persona que averiguó que lo que le interesaba a don Felipe no era el telediario, sino la periodista que lo presentaba. Es fácil suponer que doña Sofía se ilusionó desde el comienzo.
Al fin y al cabo, se casaba su único hijo, aquel que estaba llamado a ocupar el trono y para el que tanto ella como el rey emérito habían diseñado una educación impecable que le convirtiera en el mejor rey posible. Por eso, doña Sofía trató de ayudar a su futura nuera en todo lo que fuera necesario aquel 22 de mayo de 2004 en el que se celebró su matrimonio con el heredero de la Corona. La asesoró en cuál podía ser el mejor diseñador para su vestido de novia, dada su trascendencia, y la acompañó a las pruebas del vestido, al «atelier» de Pertegaz, en Barcelona, junto a su madre. El 29 de abril fue la última prueba.
No es extraño que doña Sofía asesorara también a la futura princesa de Asturias sobre el bordado del vestido, en mangas cuello y cola, en un hilo de oro y plata en el que aparecían la flor de lis flora, la flor de lis heráldica, espigas de trigo, tréboles y madroños, una creación exclusiva de la firma valenciana Rafael Catalá, la misma que fabricó el tejido de seda del vestido, dado que se trataba de símbolos de la Casa de Borbón.
El velo, en tul de seda natural en color blanco roto, de tres metros de largo, no fue una reliquia familiar, como podía haberse esperado, sino un regalo personal del novio a su futura esposa, un regalo en el que la reina Sofía ayudó muy probablemente. Se bordó con técnicas históricas del siglo XIX, que mezclaban la flor de lis y la espiga.
En lo que, sin duda, hubo complicidad entre suegra y nuera fue en la elección de la tiara. Doña Letizia escogió la prusiana, un gesto lleno de simbolismo porque fue la misma que lució doña Sofía en su boda con don Juan Carlos y que era una herencia de su madre, la reina Federica, que también se casó con ella con el rey Pablo I. Federica, a su vez, la heredó de su madre, la princesa Victoria Luisa de Prusia, única hija del emperador Guillermo II de Alemania y de la princesa Augusta Victoria de Schleswig-Holstein, que la recibió de sus padres por su boda con Ernesto Augusto III de Hannover.
Además de su simbolismo, esta tiara de platino y estilo imperio evoca elementos griegos. Diseñada por los joyeros Koch, es una tiara especialmente apropiada para una novia joven, de diseño geométrico y con un tamaño adecuado, no excesivo.
Pero hubo un elemento en el que la reina Sofía fue la total protagonista: la elección del menú nupcial de 17 aperitivos, para los 1.200 invitados, que sirvió el restaurante Jockey –que cambio el nombre por el de Saddle, hace unos años–, uno de los favoritos de los reyes eméritos. Fue, doña Sofía quien eligió el menú. Se enviaron cinco propuestas a la Zarzuela y la reina emérita hizo la elección definitiva.
Los 17 aperitivos se referían a las 17 comunidades autónomas, además del mejor jamón. Doña Sofía también eligió el diseño de la tarjeta del menú, una cartulina blanca con lomo de oro, encabezada por las iniciales también doradas de don Felipe y Doña Letizia bajo la corona símbolo de la monarquía, escrita tanto en español como en inglés.
De primer plato, doña Sofía escogió tartaleta hojaldrada de frutos del mar sobre fondo de verduras„ de principal, una especialidad del restaurante, capón en salsa asado al tomillo con frutos secos, una opción muy pensada que podía convenir a comensales con restricciones como los musulmanes o los judíos. Se prepararon siete alternativas por si hubiera intolerancias alimentarias.
De postre se sirvieron 2.000 pasteles, y una tarta de 150 kilos de dos metros de altura, elaborada por el prestigioso pastelero alicantino Paco Torreblanca. Don Juan Carlos intervino en la bebida: tinto Imperial Gran Reserva 1994, blanco Terras Gaudas y Matarromera. Por supuesto también hubo sidra, en honor de la novia.
Doña Sofía también jugó un papel importante en los ensayos previos a la ceremonia, acudiendo con todos sus nietos al Palacio Real y a La Almudena para determinar cómo encajarían en el cortejo de la novia. Las cámaras de la prensa la captaron con Felipe y Victoria Marichalar y con los hermanos Juan Valentín, Pablo y Miguel Urdangarin, que se tiraban al suelo para jugar, en la explanada de entrada a la catedral. El día de la boda, la emérita tuvo un papel estelar como corresponde a la madrina, acompañando a su hijo por la alfombra roja. Escogió un vestido satinado color champán diseño de Margarita Nuez, su diseñadora de cabecera.
El accesorio clave, como manda la tradición, fue una mantilla negra. Y se adornó con un aderezo de brillantes y esmeraldas, de pendientes, collar, anillo y pulsera, regalo del rey Juan Carlos tras proclamación su proclamación como rey, en 1975. Además del aderezo de esmeraldas, doña Sofía lució una de las pulseras gemelas del «lote de pasar» y el broche de diamantes con forma de lazo con el que sujetó la mantilla a la peineta, y que perteneció a la Reina María Cristina.