La escritora estadounidense Elizabeth Strout. /
Desde que tiene memoria, a Elizabeth Strout (Portland, Maine, 1956) siempre le ha fascinado la gente. La gente normal y corriente. La misma que, cuando era una niña, le parecía tan exótica como cualquier animal salvaje. Quizá más. «Para mí, ser escritora significa conectar con los demás», explica la novelista desde su casa en Maine. Criada en una familia religiosa (su padre era profesor de Ciencias; su madre, de Literatura), tuvo una infancia extremadamente solitaria, sin televisión ni periódicos, pero rodeada de libros y con una suscripción semanal al New Yorker.
Aunque siempre supo que quería ser escritora, sobrevivió poniendo copas en Nueva York y hasta trabajó como abogada después de estudiar Derecho. Apenas duró seis meses. Publicó su primera novela, Amy e Isabelle, mientras daba clases de escritura y fue un hit instantáneo. Tenía 43 años y, de la noche a la mañana, se convirtió en una escritora de bestsellers. Luego, vinieron los premios, las ventas de millones de ejemplares, las críticas sanas para el ego... Pero nada de eso ha cambiado su percepción de sí misma: Strout, que es simpática y se ríe a carcajadas siempre que puede, se resiste a tomarse a sí misma demasiado en serio. Ni siquiera se reconoce como una escritora famosa, pese a ser una de las estrellas indiscutibles de la literatura norteamericana.
En Cuéntamelo todo (a la venta el 6 de febrero), regresa a Shirley Falls, Maine, el escenario ficticio de la mayoría de sus novelas. Allí se reencuentra con sus personajes más famosos, que por primera vez comparten historias entrelazadas: la nonagenaria cascarrabias Olive Kitteridge, protagonista de la novela homónima que en 2009 le hizo ganar el premio Pulitzer; la escritora Lucy Barton, de Mi nombre es Lucy Barton (2016) o la novela pandémica Lucy junto al mar; y el abogado Bob Burgess, que ya aparecía en Los hermanos Burgess (2013). Aunque esta vez también hay un crimen por resolver, la miga está, como es habitual en ella, en explorar los límites entre la soledad y la conexión, en buscar lo extraordinario en lo ordinario, en tratar de resolver el misterio humano.
Mujerhoy. ¿Le gusta observar a la gente?
Elizabeth Strout. ¡Me fascina! Los restaurantes son mi lugar favorito porque puedes sentarte a mirar alrededor durante un buen rato sin levantar sospechas [Risas]. Pero también me gustan los aeropuertos y hasta los parkings. En todas partes te encuentras gente haciendo cosas extraordinarias y me encanta observarles.
Toda su obra literaria gira en torno al poder de lo ordinario. ¿Cuándo se dio cuenta de que todas esas vidas corrientes y rutinarias que nos rodean, o que protagonizamos nosotros mismos, podían esconder historias extraordinarias?
Hace muchos años, cuando publiqué mi primera novela, la escritora canadiense Alice Munro escribió una reseña en la que decía que mi libro hablaba de la vida ordinaria de la gente. Poco después, en una entrevista con la estrella de la televisión Charlie Rose, él me lo volvió a mencionar: «¿Por qué escribes sobre la gente normal?». Me sorprendió mucho, porque ni siquiera era consciente de ello. Mi respuesta siempre ha sido la misma: porque yo también soy una persona normal, al igual que lo somos la mayoría de nosotros.
Y pese a eso, o precisamente gracias a ello, sus obras son bestsellers sin necesidad de grandes épicas ni complicadas tramas. ¿Cómo analiza el éxito comercial de su literatura?
Diría que es la voz con la que escribo. Los lectores responden a esa narradora y eso les permite entrar en mi universo. Ven cachitos de sí mismos, de sus vecinos, de su familia... Creo que ese es el secreto.
En su última novela, Cuéntamelo todo (Editorial Alfaguara) reúne a sus dos personajes más famosos y recurrentes: Olive Kitteridge y Lucy Barton. Pese a conocerlas tan íntimamente, ¿hay algo que le haya sorprendido de la interacción entre ellas?
Me sorprendió lo bien que terminan llevándose y también el final, que vino a mí como una especie de flash. Me di cuenta de que las dos vivían en el mismo pueblo y que podía juntarlas. Encontré la manera haciendo que se contaran historias la una a la otra. Esa idea dio impulso al libro. Pero también Bob Burgess. Amo a ese personaje y quería dedicarle una historia completa, todo un libro.
Su trabajo la ha convertido en una experta en relaciones. ¿Alguna certeza irrefutable sobre la naturaleza humana?
Cuanto mayor soy, menos certezas tengo. Cuando más cosas veo, más me fascina y me sorprende la vida de la gente, las cosas que hacen, las cosas que les hacen los demás... Cada vez tengo menos respuestas. Eso seguro. Solo aspiro a contar lo que nos sucede mientras pasamos por este mundo.
Suele decir que tuvo una infancia muy solitaria y, sin embargo, muy bonita. ¿Cómo la recuerda exactamente?
Pasé mucho tiempo sola en el bosque, porque allí era donde vivíamos. Y fui tremendamente feliz. La naturaleza, el mundo físico que me rodeaba, me acompañaba siempre: había flores salvajes, riachuelos, tortugas, un pequeño pueblo... Aprender a estar sola durante tantas horas cada día fue muy útil cuando, muchos años más tarde, empecé a escribir.
En alguna ocasión ha contado que nunca se sentía sola porque su cabeza era su amiga. Ahora que los problemas de salud mental son tan prevalentes, ¿cuál es el secreto para ser amable e indulgente con una misma?
Creo que ha sido una cuestión de suerte, la verdad. Y no siempre ha sido o es así. Muchas veces, pienso: «¿Por qué eres tan idiota?» [Risas]. Pero supongo que me lo digo de una manera amable. El tono es importante. También he atravesado periodos en los que no estaba contenta conmigo misma, pero siempre me he sentido cómoda dentro de mi propia cabeza. Y esa es una gran suerte.
Y eso pese a que, según ha confesado, la idea de la muerte la acompaña a diario. ¿De qué manera exactamente?
Cuando digo que pienso en la muerte cada día puede sonar mórbido, pero no lo es en absoluto. Simplemente, pienso a menudo en que todos vamos a morir. En la cultura occidental no hablamos de ello. En Estados Unidos, al menos, todo el mundo hace como si fuera a vivir para siempre. Yo, en cambio, siempre he sido muy consciente de la muerte y creo que, de alguna forma, es una manera optimista de entender y valorar la vida.
Habla de su hija con muchísima devoción. ¿Qué impacto ha tenido la maternidad en su obra?
Un impacto enorme. Mi madre solía decirme que ser madre le había enseñado muchas cosas. Yo era pequeña y no entendía exactamente qué quería decir con aquello. Ahora lo sé, claro. Ser madre, y mi hija ya tiene 41 años, me ha abierto las puertas a un mundo totalmente nuevo que nunca se detiene y que sigue creciendo a medida que ella se hace mayor. Sus intereses se convierten en mis intereses; si nunca he escuchado un podcast, ella me lo descubre y lo disfrutamos juntas. Haberla cuidado desde el día que nació, haberme asegurado de que tenía lo que necesitaba, haberla querido tanto como la quiero, ha sido la experiencia más importante de mi vida.
Al contrario que muchos escritores, admite escribir pensando constantemente en el lector. ¿Por qué le resulta tan útil?
No consiste tanto en pensar en lo que los lectores querrían que escribiera, porque eso ya lo pongo yo con mis personajes, sino en cómo hacerlo para que puedan recibirlo mejor. Si, por ejemplo, en un página hay un diálogo muy largo, empiezo a pensar si la historia suena demasiado ruidosa. Me detengo y quizá me dedico más a describir el escenario o el contexto. Le doy un pequeño respiro al lector. O si una frase suena forzada o falsa. O si estoy tratando de lucirme. Sé que el lector será capaz de detectarlo. Tengo muchísima fe en ellos, sé que lo perciben todo, aunque sea de manera inconsciente.
No solo vende, también es una de las escritoras americanas más respetadas por la crítica. ¿La presión de las expectativas sobre su próxima novela afecta a su proceso creativo?
Cuando se publicó mi primera novela, yo ya tenía 43 años. No era una jovencita recién salida de la universidad. Escribía desde que tenía cuatro o cinco años y había trabajado en mi literatura y en mi estilo durante muchísimos años. Llevaba buscando mi voz como escritora toda la vida y no recibí el Premio Pulitzer hasta cumplidos los 50. Es cierto que, al principio, aquello me preocupó porque significaba que tendría más lectores y temía no estar a la altura. Pero, poco después, me di cuenta de que siempre había sido muy exigente conmigo misma y que, simplemente, tenía que continuar en esa línea. Y eso es lo que he hecho. No me percibo a mí misma como una escritora famosa. Y creo que eso es muy útil. Solo estoy trabajando: me siento y me pongo a escribir.
¿Y cómo es ese proceso? ¿En qué momento se siente plenamente satisfecha con lo que ha producido?
Se trata de algo intuitivo. En realidad, todo lo que hago, tanto en la página como fuera de ella, lo es. Sigo mi instinto. Después de escribir durante tantos años, sé cuándo algo no está funcionando o no suena auténtico. Si es así, lo que tienes que hacer es deshacerte rápidamente de ello. Cuando por fin terminas un libro, esperas escuchar música de trompetas, pero no hay nada de eso [Risas]. Solo lo acabas y se lo envías a tu editor.
¿También es tan pragmática cuando se enfrenta a las críticas?
Es que generalmente no las leo. Alguien me dijo en una ocasión que terminaría haciéndolo y yo pensé: «Me conozco muy bien y sé que soy fácilmente excitable. Es mejor que no lo haga». De vez en cuando, si estoy un poco deprimida con mi trabajo, mi marido me enseña alguna de ellas. Pero trato de evitarlas. Las positivas no se quedan conmigo tanto como las negativas. Además, cuando un libro está terminado, nunca vuelvo a leerlo; simplemente, lo dejo estar.
Empieza la segunda era Trump en la Casa Blanca. Usted ha sido abiertamente crítica con él desde el principio. ¿Cuál es su estado de ánimo ahora mismo?
Estoy aterrorizada. Así es como me siento sobre lo que podría ocurrirle a este país, pero también al mundo en general. Tiene controlado al Congreso, donde la mayoría de republicanos están alineados con él, mientras el Tribunal Supremo le defiende siempre que puede. Y eso también da mucho miedo. Siento que la izquierda, quienes nos oponemos a Trump, todavía operamos bajo la premisa de que estamos en una democracia y en un país libre mientras él vive al margen de la ley. Y creo que por eso no sabemos qué hacer ahora mismo. Y no es solo Trump. Tenemos a Elon Musk apoyando y donando 100 millones de dólares a la extrema derecha en Alemania. Y ahora Meta y Facebook también se han acercado a él. No sé adónde nos va a conducir todo esto. Me siento atemorizada por nuestro futuro y el futuro del mundo, francamente.
En términos más personales y hablando también del futuro, ¿le da muchas vueltas a su legado literario?
Para nada. Fui educada en un entorno muy puritano en el que tu identidad pasaba por trabajar duro, pero sin llamar nunca la atención sobre ti mismo. Creo que eso está tan marcado en mi carácter que no me permite pensar en esos términos. También me preocupa mucho el futuro del mundo, debido al cambio climático, y a menudo me pregunto cuánto tiempo nos queda exactamente. Es curioso porque, durante muchos años, he escrito sin parar, constantemente, y en este momento no lo estoy haciendo. No soy capaz.
¿Por qué?
Tiene que ver con la nueva administración [de Trump], pero también con cómo ha cambiado el mundo en cuestión de apenas ocho años. Por primera vez en mi vida me siento reticente a enfrentarme a la página en blanco, que es algo que jamás había experimentado. La situación política está afectando a mi escritura. Creo que volveré a escribir, que de alguna manera regresará a mí, pero lo que está pasando me ha removido y, de algún modo, me siento aprensiva.
¿Y cómo se sacude esa sensación?
Lo que más me gusta es estar con mi marido y con mi hija. Hablar con ellos me encanta. Esta misma mañana, mi marido y yo hemos salido a hacer unos recados, hemos paseado, charlado... Esas son las cosas que me hacen feliz.