La modelo Iman en 1975, al inicio de su carrera. /
La moda nunca había entrado en los planes de Iman. Quizá porque en Somalia sus rasgos, estilizados y elegantes, no llamaban la atención. Pero, sobre todo, porque siempre había soñado con hacer carrera diplomática o, quizá, aventurarse en la política y las relaciones internacionales . Al fin y al cabo, su padre era embajador y ella ya hablaba cinco idiomas.
Pero todo, su presente y su futuro, cambió de la noche a la mañana en 1969. «Hubo un golpe de estado en Somalia y un régimen militar tomó el control del país. Un año después, las embajadas empezaron a cerrar y los diplomáticos fueron enviados de vuelta a sus países. Mis padres vieron cómo mucha gente del anterior régimen desaparecía o era encarcelada y ejecutada«.
«Una noche, decidieron que ya no era seguro para nosotros seguir viviendo allí. Consiguieron una furgoneta y nos despertaron en mitad de la noche. Lo dejamos todo atrás. Solo nos llevamos la ropa que teníamos puesta. Nos subimos a la furgoneta y llegamos hasta la frontera entre Somalia y Kenia. Cruzamos a pie y pedimos asilo en Kenia. Nos convertimos en refugiados de la noche a la mañana. Fue aterrador».
Iman, la supermodelo que dominó las pasarelas y las portadas de las revistas en los años 70 y 80, cuenta el episodio sin pararse a respirar, como si no hubiera olvidado ni un solo detalle de aquella trágica noche, aunque ya haya pasado más de medio siglo desde entonces.
Nacida en una familia musulmana y acomodada (su padre era embajador somalí en Arabia Saudí y su madre, ginecóloga), creció primero al cuidado de sus abuelos y, más tarde, estudió en un internado egipcio. Pero a una infancia privilegiada le siguió una adolescencia traumática. De pronto, estaba sola en un país extranjero. «Mis hermanos se fueron a Tanzania, pero yo decidí quedarme en Nairobi para poder ir a la universidad. Tenía 16 años y nunca había trabajado». Allí recibió la ayuda de diferentes organizaciones no gubernamentales que atendían a refugiados sobre el terreno.
«Cuando descubrieron que hablaba cinco idiomas, me buscaron un trabajo como traductora de folletos en el Ministerio de Turismo en Kenia», recuerda. También pagaron su primer año de universidad. « Fueron mis ángeles de la guarda. Vieron que era una niña, que podía ser objeto de violaciones o del tráfico sexual, podría haberme pasado cualquier cosa...», explica con crudeza.
Iman narra el episodio para ilustrar por qué desde 2019 es la embajadora global de CARE, una ONG que trabaja contra la pobreza y el hambre en más de 100 países y cuyos proyectos han alcanzado a más de 90 millones de personas en todo el mundo. Personas como Iman. «Todo lo que he hecho en mi vida, incluida mi carrera como supermodelo, no hubiera sido posible si no hubiera sido por aquellos ángeles en la Tierra. Esas personas que dejan a sus familias para ayudar en países extranjeros, y se ocuparon de mí sin pedir nada a cambio. Nunca lo he olvidado», reconoce.
Según ACNUR, a finales de 2021 había más de 89 millones de personas refugiadas en el mundo. Y la guerra en Ucrania ha agravado ese problema. Iman intenta hacer pedagogía con su propio ejemplo. «Es muy importante entender que la mayoría de los refugiados no quieren dejar su país. Te ves obligado a hacerlo y acabas en lugares muy peligrosos, especialmente si eres una niña. Siempre suelo decir que yo soy el rostro de los refugiados. Mucha gente, cuando piensa en refugiados, piensa en países del tercer mundo y no siempre es así. Mira lo que está sucediendo en Ucrania. Ahora se dan cuenta de que los blancos también pueden encontrarse en esa situación. ¿O es que se han olvidado de lo que sucedió en la Primera y la Segunda Guerra Mundial?».
Mientras traducía aquellos folletos y trabajaba como camarera en Nairobi, Iman conoció al fotógrafo norteamericano Peter Beard. Él la paró en mitad de la calle cuando ella se dirigía a una conferencia en la universidad y le preguntó si alguien la había fotografiado alguna vez. «Claro», dijo ella. «¿Quién?», le preguntó Beard. «Mis padres», contestó Iman. Cuando el fotógrafo le explicó el tipo de sesión que tenía en mente, ella le puso precio: 8.000 dólares, el coste de su matricula universitaria. Beard aceptó e Iman terminó siendo el rostro de su siguiente exposición.
Meses más tarde, le consiguió su primer trabajo en Nueva York, donde poco después firmó un contrato con la agencia Wilhelmina Models. Beard también le presentó a Diana Vreeland, la mítica editora de las revistas Harper's Bazaar y Vogue. Lo hizo inventándose una leyenda infame: era, le dijo, la hija de un pastor de cabras africano que el fotógrafo había descubierto agazapada detrás de un arbusto.
Su indiscutible belleza y su porte sofisticado la convirtieron en un fenómeno instantáneo en Estados Unidos. Y su debut en Vogue le abrió todas las puertas secretas de la industria de la moda. Fotografiada por Helmut Newton, Richard Avedon, Irving Penn o Annie Leibovitz, se convirtió en musa de Versace, Thierry Mugler, Calvin Klein o Yves Saint Laurent. Pero antes, tuvo que reivindicarse. Y enfrentarse al establishment.
A su llegada a Estados Unidos, y por primera vez en su vida, Iman sintió que era negra. Nunca hasta entonces su color de piel había significado nada más que lo obvio para ella. « Mi primer gran acto de rebeldía ocurrió cuando, poco después de llegar, descubrí que había una gran diferencia entre lo que les pagaban a las modelos negras y a las blancas. Y le dije a mi agencia: ' Esto es racismo. Quiero que los clientes entiendan que yo cobro por servicios prestados. No quiero ni un dólar más ni uno menos. Necesito que me paguen la misma cantidad por hacer el mismo trabajo'. La agencia me explicó que eso no funcionaba así. Y yo les dije que esperaría hasta que alguien lo hiciera. Tres meses más tarde, apareció el primer cliente dispuesto a pagarme la misma cantidad que a las modelos blancas», explica Iman, que en 1988 fundó la Black Girls Coalition junto a la modelo y activista afroamericana Bethann Hardison.
«No es que yo supiera lo que estaba haciendo o lo que eso podía significar para la industria de la moda a largo plazo. ¡Tenía 19 años! Pero antes de llegar a Estados Unidos y antes de convertirme en refugiada, conocía cuál era mi valor. Mi madre siempre me lo había dicho: 'Aléjate de todo aquello que no te convenga: sean hombres, mujeres, trabajos... Lo que sea. Y no te conformes con menos, porque eso es lo que recibirás a partir de ese momento'. Por eso dije: 'Esperaré'. Y esperé. Necesitaba conseguir lo que me merecía», explica.
Su segundo desafío a la industria de la moda dio lugar a un negocio boyante. Todo empezó en una desafortunada sesión de fotos. El maquillador, perfectamente provisto de todo el material para trabajar con las modelos blancas, le preguntó si había traído su propia base de maquillaje. Él no tenía ninguna adecuada para su tono de piel. La anécdota cuajó en negocio en 1994, cuando la modelo somalí fundó Iman Cosmetics para cubrir esa demanda.
«El mundo estaba cambiando, pero la moda y la belleza, no. Todo el mundo escuchaba hip-hop, desde Mississippi a Hong Kong, y todos se vestían igual. Pensé que tenía que haber una manera nueva de pensar para esa nueva generación. Para mí, la belleza no consiste en si una piel es más oscura o más clara, la belleza es una forma de pensar. El mundo estaba listo para ese cambio y yo quería formar parte de él». Una idea que, casi tres décadas más tarde, ha convertido a Rihanna en multimillonaria y que para Iman fue una fuente estable de ingresos tras su retirada de las pasarelas, en 1989.
Ella y David Bowie se conocieron en 1990 en Los Ángeles en una cita a ciegas orquestada por el peluquero de las estrellas Teddy Antolin. Para él fue un flechazo de manual: supo que quería casarse con ella aquella misma noche. Iman, en cambio, tardó algo más en convencerse. Había estado casada dos veces antes, la segunda con el jugador de la NBA Spencer Haywood.
Iman y David Bowie, en una gala a favor de la investigación contra el sida, celebrada en Nueva York en 1990. /
Un día, mientras caminaban juntos por la calle, el cantante británico se agachó para atarle el cordón del zapato que se le había desabrochado. Cuenta Iman que en ese momento lo tuvo claro. Se casaron en 1992 y se convirtieron, automáticamente, en la pareja más fascinante del show business. Juntos eran magnéticos. No había postureo (ni tampoco melodramas de puertas para adentro) sino pura adoración mutua.
En el año 2000, nació su única hija, Alexandria Zahra Jones. Durante años disfrutaron de una existencia felizmente mundana en Nueva York. Juntos, llevaban y recogían a su hija de la escuela; ella, ya retirada de la pasarela, cocinaba; él pintaba cuadros. En enero, se cumplirá el séptimo aniversario de la muerte del cantante.
Iman dice que aún se siente casada, que nunca volverá a pasar por el altar, que siente la presencia de Bowie cada vez que contempla una puesta de sol desde su casa en las montañas del estado de Nueva York. En una ocasión, el cantante dijo que casarse con ella había sido el gran éxito de su vida. Le pregunto si para ella su matrimonio también es su mayor orgullo. «No es orgullo lo que siento, eso no tiene nada que ver... Fue el destino. Los dioses del amor quisieron juntarnos en el momento adecuado de nuestras vidas. Él fue mi gran amor. En la vida pueden pasarte muchas cosas: puedes casarte, divorciarte... Pero no es nada fácil encontrar a tu alma gemela. Y yo encontré a mi alma gemela. Por eso, más que sentirme orgullosa, me siento agradecida».