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Iniciar sesiónUna joven veinteañera entra en la consulta de una clínica de medicina estética con una foto en la mano. No es suya ni de una celebridad, sino la imagen de otra joven retocada con un filtro de Instagram: labios carnosos, pómulos marcados, piel de porcelana... «Quiero verme así», le dice al doctor, señalando el móvil. Escenas como esta se repiten cada vez más. Ya no solo se trata de suavizar arrugas o mejorar la textura de la piel: muchas chicas buscan cambiar por completo su rostro antes de que aparezca el más mínimo signo de envejecimiento; tienen necesidad de corregirlo, modificarlo o perfeccionarlo antes de que «empeore», según sus palabras.
Lo que años atrás era un recurso puntual para atenuar los signos del paso del tiempo se ha convertido en una herramienta para prevenirlos o para transformar rasgos en busca de una imagen idealizada. Los neuromoduladores (conocidos popularmente como bótox), los rellenos faciales y los hilos tensores ya no se asocian exclusivamente con las pieles maduras, sino que se han colado en las rutinas de autocuidado de una generación que aún no ha cumplido los 30.
De hecho, el 35% de los menores de esa edad que acuden a consulta solicitan tratamientos médico-estéticos preventivos con fines transformadores, según el último estudio de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). Esta cifra se ha disparado en los últimos cinco años y responde a una sobreexposición constante a imágenes idealizadas, al acceso inmediato a tratamientos estéticos y, sobre todo, a la alteración de la realidad en las redes sociales, porque la cultura digital glorifica lo perfecto y crea inseguridades desde edades muy tempranas.
Más allá del deseo de prevenir el envejecimiento, lo que verdaderamente alarma a los profesionales es el aumento de retoques visibles y marcados a edades tempranas en las que no hay una necesidad real: labios cada vez más gruesos, pómulos sobredimensionados, mandíbulas afiladas. Rasgos que no responden a una necesidad médica y que, con el paso del tiempo, pueden alterar de forma permanente la expresión facial y la percepción de uno mismo. ¿Qué hay detrás de este boom? Para entenderlo, hablamos con profesionales desde tres puntos de vista distintos: la medicina estética, la psicología y el fenómeno influencer.
Para los especialistas en medicina estética, el auge de los tratamientos en pieles jóvenes está siendo notable. «El concepto de prevención está arraigado, pero ahora vemos también un cambio preocupante: muchos buscan resultados que pueden afectar a su expresión natural», advierte la doctora Mar Mira, de la Clínica Mira+Cueto. «Cada vez más jóvenes acuden con la idea de modificar su rostro, especialmente en áreas como los labios, la nariz o las ojeras», añade.
Los neuromoduladores, los hilos tensores y los fillers pueden utilizarse con un enfoque preventivo, como explica la experta, pero también con un fin estético más radical si no están en buenas manos. La doctora Sofía Ruiz del Cueto, de la misma clínica, continúa: «En nuestro caso no indicamos hilos tensores en pacientes tan jóvenes, pero sí tratamos asimetrías faciales o déficits estructurales con ácido hialurónico, para embellecer y armonizar». ¿Puede existir riesgo de alterar la expresión facial con el tiempo? «Más que la edad, lo que influye es la técnica. Un tratamiento bien indicado mejora la armonía, pero si se abusa de los rellenos o se aplican mal, se pierde naturalidad», apunta.
El mayor peligro, advierte la doctora Mira, es que los jóvenes llegan con expectativas irreales: «Muchos pacientes traen fotos con filtros de redes sociales y quieren replicar su efecto en el rostro. Ahí es donde entra nuestra responsabilidad: educar, diagnosticar y saber decir que no cuando un retoque no está indicado».
El miedo al envejecimiento se ha apoderado de parte de la generación Z cuando aún está en plena juventud. Según la psicóloga Eugenia Ponte, especialista en autoimagen, cada vez hay más jóvenes que experimentan ansiedad ante la posibilidad de perder atractivo en un mundo obsesionado con la estética. «No es solo la idea de envejecer físicamente, sino lo que esto representa: perder relevancia, oportunidades o aceptación social», reconoce.
La experta mantiene que el temor al envejecimiento en los jóvenes tiene sus raíces en la cultura actual. En primer lugar, existen factores psicológicos, ya que muchos construyen su autoestima únicamente alrededor de su imagen. «Si la identidad de una persona se basa solo en su apariencia, cualquier cambio físico se vive como una amenaza», razona. A esto se suma la influencia de las redes sociales, donde «los filtros y los programas de edición de imágenes han normalizado rostros sin arrugas ni signos de expresión, haciendo que la belleza real parezca insuficiente». Por último, la sobreexposición a contenidos que hacen referencia a la estética refuerza esta preocupación. «Los jóvenes consumen constantemente imágenes de procedimientos, consejos de belleza y productos milagrosos», asegura Ponte.
A su juicio, los retoques estéticos pueden generar una mejora temporal en la autoestima, pero «si se convierten en la única fuente de seguridad, pueden generar dependencia y ansiedad a largo plazo». ¿Cómo evitar que todo esto se convierta en una obsesión? «Es fundamental preguntarse por qué se desea un tratamiento, no tomar decisiones impulsivas y cribar el contenido que consumimos en las redes. La clave es equilibrar la autoaceptación con el deseo de verse bien, sin caer en la perfección inalcanzable. Envejecer es vivir; la belleza no está en la perfección, sino en la identidad de cada rostro», concluye la psicóloga.
Los influencers también viven la presión de mantener una imagen impecable. Lucía Páramo, con más de 100.000 seguidores en Instagram, admite que la exposición diaria aumenta las inseguridades. «Al estar ante la cámara todos los días, ciertas inseguridades se hacen más evidentes», confiesa Páramo. Ella tiene claro que la naturalidad «cada vez gusta más» a la hora de elegir el contenido. «Pero, en lo que tiene que ver con la propia imagen, veo a chicas muy jóvenes empezando con retoques y operaciones innecesarios. Eso es alarmante, porque ven cuerpos y rostros irreales y quieren replicarlos».
La influencer reconoce que ha probado tratamientos como los neuromoduladores (que paralizan los músculos) para ocasiones especiales: «Me lo hice para mi boda, porque soy muy expresiva y quería suavizar ciertas líneas. Me gustó porque fue muy natural; el problema es cuando los retoques transforman la cara y los volúmenes propios por completo». Sobre la responsabilidad de los creadores de contenido en la normalización de estos procedimientos, Lucía Páramo es clara: «Hay que ser muy transparentes y recordar que la belleza no es solo lo que se ve en redes. La belleza es más profunda y completa».