Consuelo Vanderbilt, la 'princesa del dólar' que fue llorando al altar, quiso estudiar en Cambridge y, al final, tuvo su happy ending

Todos los invitados a su boda recuerdan cómo la joven Consuelo Vanderbilt sollozaba bajo el velo de seda mientras se dirigía al altar de la Saint Thomas Church de Nueva York. Era el 6 de noviembre de 1895. El novio era el poco atractivo noveno duque de Marlborough. El matrimonio duró once años y tuvieron dos hijos. Se dice que la siguiente esposa de Marlborough, Gladys Marie Deacon, tomó la determinación de llevar consigo un revólver, por si se veía en la necesidad de dispararle al duque, evitando que entrara en su dormitorio.

Consuelo se casó parta salvar a la aristocracia empobrecida a cambio de un título nobiliario. / getty images

Elena Castelló
Elena Castelló

Consuelo Vanderbilt, duquesa de Marlborough por matrimonio, fue una de las llamadas «princesas del dólar» estadounidenses, cuyo dinero familiar llegó al Reino Unido, a finales del siglo XIX, a través de su dote, para salvar a la aristocracia empobrecida, a cambio de un título nobiliario. Consuelo se casó con el noveno duque de Marlborough, Charles Spencer-Churchill. Fue un matrimonio forzado por su madre, Alva Vanderbilt, que no se detuvo ante nada para convertir a su hija en duquesa de Marlborough. La relación entre madre e hija siempre fue nefasta.

Consuelo Vanderbilt vino al mundo en la ciudad de Nueva York, el 2 de marzo de 1877. Su madre, Alva Vanderbilt –de soltera Alva Erskine Smith y después Belmont–, una belleza del sur que se casó con Willie K. Vanderbilt. Vanderbilt se había hecho rico, como toda su familia, con el negocio de los ferrocarriles. Alva se prometió, desde el momento en que nació su única hija –llamada Consuelo por su madrina, Consuelo Yznaga, duquesa de Manchester– que la joven se convertiría en el partido perfecto. Desde pequeña la consideró un medio para lograr una mejor posición social.

Así que, desde el primer momento, organizó interminables horas de estudio con institutrices para que su hija fuera capaz de conversar sobre todo tipo de temas. Consiguió que hablara varios idiomas y se convirtiera en una intérprete musical consumada. A menudo, la niña recitaba ante su madre largos pasajes de prosa y ella misma la instruía sobre los puntos más sutiles de la etiqueta social.

A finales del siglo XIX, muchas de las grandes familias aristocráticas del Reino Unido entraron en decadencia, arruinadas por sus costosos estilos de vida y por una crisis agrícola que devastó sus propiedades. Muchas de estas familias de larga historia salieron adelante mediante matrimonios con ricas herederas norteamericanas. Consuelo Vanderbilt fue una de ellas. Madres e hijas de Estados Unidos visitaban Londres durante la temporada social, que tenía lugar de abril a agosto, tras un viaje a París para comprar vestidos. No se podía llevar el mismo vestido dos veces bajo ninguna circunstancia. Y empezaba la búsqueda de solteros aristócratas.

Consuelo Vanderbilt con su padre en las carreras en Paris. / Getty images

La presión de Alva por encontrar marido para Consuelo fue tal que la joven recibía azotes por faltas leves y era obligada a llevar una varilla de acero a lo largo de la columna y los hombros para mejorar su postura. Ante cualquier pregunta de la joven, la respuesta de su madre era sistemáticamente: «soy yo la que pienso, tú haz lo que te dicen».

Consuelo era muy bella, pero también inteligente. A la edad de 18 años había aprobado los exámenes de ingreso tanto para Oxford como para Cambridge. Su duro entrenamiento parecía haber dado sus frutos. Alva tenía ya por entonces al menos cinco propuestas europeas de matrimonio para su hija. Debutó en 1894, a los 17 años. Los cronistas de la época la describen con cara ovalada sobre un cuello largo y esbelto y enormes ojos oscuros bordeados de pestañas rizadas. Consuelo era lo que se consideraba un muy buen partido, al margen de futura dote.

Alva y su esposo solo dejaron que Consuelo considerara una de las propuestas: el príncipe Francis Joseph de Battenberg (pariente lejano de la reina Victoria), a quien conoció en 1894. Pero el futuro esposo le causó auténtica aversión a Consuelo, que lo rechazó inmediatamente. Había otra razón para su negativa: en secreto, Consuelo se había enamorado de un hombre mayor, Winthrop Rutherfurd, un amigo de su padre, que le propuso matrimonio a la joven en su decimoctavo cumpleaños, el 2 de marzo de 1895.

Alva estaba furiosa e intentó disuadir a su hija. La encerró en su cuarto y llegó a amenazar con matar a Rutherfurd. Finalmente, Alva contrajo una enfermedad misteriosa – algunos sugieren que fingió un infarto– convenciendo a Consuelo de que su salud estaba en peligro por su terquedad. Pocos meses después, Consuelo cedió a la insistencia de su familia y se comprometió con Charles Spencer-Churchill, el noveno duque de Marlborough. Su madre se recuperó misteriosamente tras el anuncio del compromiso.

Alva había puesto sus ojos en Marlborough ya en 1893, cuando había conocido a sus tíos, Lord y Lady Lansdowne, en una recepción. Charles había heredado el ducado casi en bancarrota el año anterior. Alva filtró la noticia del compromiso a la prensa y contó todo tipo de detalles en los meses previos a la boda, desde el diseño del vestido de Consuelo hasta los remates dorados en su ropa interior. La ceremonia tuvo lugar en Nueva York, el 6 de noviembre de 1895. Marlborough era el soltero más codiciado de Gran Bretaña.

Pero Consuelo confesó en una carta que pasó el día de la boda llorando en total soledad. Su madre había apostado un lacayo en la puerta de su dormitorio y ni siquiera dejaron entrar a su institutriz. Como una autómata, se vistió la lencería de encaje, las medias y zapatos de seda blanca. «Sentí frío cuando bajé para encontrarme con mi padre y las damas de honor que me esperaban «.Todos vieron sus lágrimas en el altar.

La dote de Consuelo Vanderbilt incluía 2,5 millones de dólares en acciones de ferrocarriles, unos 52 millones de dólares de hoy. La pareja recibió un ingreso anual adicional de 100.000 dólares de por vida de William Vanderbilt, quien también construyó una mansión para su hija como regalo de bodas: Sunderland House. La casa estaba en Curzon Street, en el exclusivo barrio londinense de Mayfair, al lado del lujoso hotel Dorchester.

El matrimonio de la nueva duquesa de Marlborough comenzó con mal pie: su esposo le dijo, en su luna de miel, que solo había accedido a casarse con ella para mantener el palacio familiar de Blenheim –uno de los más importantes de Gran Bretaña– con la ayuda de su fortuna, y que nunca volvería a Estados Unidos, ya que despreciaba todo lo que no fuera británico. Sus temperamentos también eran incompatibles. Consuelo encontró a su marido frío, esnob y obsesionado con la imagen. Cuando se mudó a Blenheim, en Oxfordshire, Consuelo se sorprendió por la falta de calefacción y de agua caliente, algo común en su casa de Estados Unidos. Su suegra la interrogaba con regularidad sobre sus intensiones para tener familia. Consuelo, además, desconocía la vida aristocrática. Le pedía al mayordomo que encendiera el fuego en el salón, cuando esto correspondía al lacayo.

El matrimonio tuvo dos hijos, John e Ivor, nacidos en 1897 y 1898. Pero su relación pronto se deterioró. Ambos buscaron consuelo en otra parte. Consuelo se dedicó a la filantropía y tuvo una aventura con Reginald Fellowes, primo de Charles. Mientras tanto, Charles se enamoró de otra heredera estadounidense, Gladys Marie Deacon, que acabaría convirtiéndose en su esposa, cuando llegó el divorcio en 1921. Para conseguir la anulación eclesiástica, en 1926, Alva testificó que el matrimonio había sido forzado. Pero, a pesar del divorcio, la duquesa mantuvo lazos con algunos miembros de la familia Spencer-Churchill, particularmente con su ex primo político, Winston Churchill, futuro primer ministro.

El segundo matrimonio de Consuelo resultaría más feliz: se casó con el teniente Jacques Balsan, un piloto y aeronáutico francés, en julio de 1921, poco después de que finalizara su divorcio. La pareja vivió cerca de Palm Beach, en Florida. En 1953, Consuelo publicó sus memorias, tituladas «El brillo y el oro». Murió en 1964 y pidió ser enterrada junto a su hijo menor, Ivor, en la iglesia de St Martins, cerca del Palacio de Blenheim.

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