Una vida de novela

La explosiva vida de Niní Montián, la marquesa de Ampudia que fue actriz, espía y reina de las «amistades estupendas»

Niní Montián, la mujer de las amistades estupendas (como ella misma se definía), parecía estar destinada a convertirse en una aristócrata más, pero su decisión de ser actriz y relaciones públicas lo cambió todo.

Nini Montián junto al escultor Santiago de Santiago en 1976. / GETTY

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Nini Montián fue esposa antes que actriz (se casó con tan solo 15 años) y ese paso de la decente esfera privada de la España de antes de la guerra civil a la luz pública ya nos indica mucho sobre cómo era su personalidad y cuáles eran sus prioridades.

Su verdadero nombre era Elena Isabel de Ampudia y Montilla. Era hija del capitán general Juan de Ampudia y López de Ayala, marqués de Ampudia, y de Elena Montilla Casal que, para añadirle exotismo a su origen, era filipina. Su familia fue la responsable de ponerle el sobrenombre de Niní con el que debutaría como actriz de teatro, y también de darle la mejor educación posible recorriendo colegios de media Europa, Francia y Alemania incluidos.

Para cuando se produjo su debut artístico en el teatro Eslava en 1935, Niní ya se había separado de su primer marido (le seguirían otros dos) y como no podía ser de otra forma con los tiempos que corrían y su linaje familiar, debutó como protagonista de una obra muy al gusto de la época: «Santa Isabel de España».

Superó la Guerra Civil de milagro (se escapó en el último momento de ser fusilada aunque el resto de su familia no corrió la misma suerte) y tras sobrevivir a la cárcel. Pero tras pasarlo tan mal llegó su momento de pasarlo bien y gracias a su debut artístico, su compañía de teatro, y a que era capaz de desenvolverse en seis idiomas, Niní pudo recorrer el mundo y explotar al máximo su mejor cualidad: una memoria prodigiosa y una agenda de contactos envidiable.

De Mata Hari a representante

El interés de Niní por la interpretación decayó apenas una década después de haber debutado para poder ejercer el papel que realmente la haría triunfar: el de relaciones públicas. Ser la intérprete favorita de la familia Franco (e hija de marqués para más señas) le ayudó a relacionarse con las altas esferas de la sociedad internacional. Personajes de la talla, por ejemplo, de Alfonso XIII , al que fue a ver al exilio y del que afirmaba que quería mucho a su padre.

Estas buenas relaciones con el poder llenaron su casa del barrio de Salamanca madrileño de retratos de Niní junto a los más poderosos: Niní junto al presidente Eisenhower («un hombre que respiraba amabilidad por los cuatro costados», según ella); Niní y Henri Kissinger («con el que da gusto hablar», afirmaba) y, por supuesto, Niní y su mejor fichaje: Eva Perón.

Fue esa doble faceta de celebrity con buenas relaciones la que contribuyó a fraguas su fama de espía al servicio de Franco, un rumor que la acompañó toda su vida y que le molestaba profundamente. Pero al mismo tiempo que se enfadaba tampoco desmentía que algo de mano con el poder, sí tenía. «Yo no era embajadora, pero en los viajes que yo hacía, que no se necesitaba una cosa terrible de protocolo, una actriz servía muy bien de intermediaria», afirmó en una entrevista a Garbo en 1987.

Más que a las tablas de los teatros, Nini Montián se convirtió durante décadas en una asidua de los actos públicos y saraos en España. Al fondo de la habitación y con su grabadora en el bolso, Niní pasó a convertirse en la cronista de la jet set a la que ella misma pertenecía.

Y, por supuesto, también era la mujer en la sombra capaz de impulsar carreras. algo que tenia muy claro la mismísima madre de la futura baronesa Thyssen, Carmen Cervera, que persiguió por todo Madrid a la cronista para convencerla de que apoyara la incipiente carrera como modelo de su hija adolescente, Tita .

Carmen Cervera, la baronesa Thyssen, durante Miss España 1960. / GTRES

Por supuesto, no era la única que imploraba el apoyo de la marquesa. Otros, como Rappel, también recibieron su beneplácito y acabaron triunfando. Una labor, la de «representante» de la que la propia Niní acabó harta.

«Las relaciones públicas es un trabajo agotador. Tienes que afrontar gente que te pide parte del tiempo que te falta para buscar trabajo a una hija o algún sobrino o que se enfadan si no les nombras en la crónica», explicaba den las páginas del diario el diario ABC.

La cronista de la alta sociedad

Pero por mucho que se quejara, Niní disfrutaba de su vida bajo los focos antes y después de haber perdido el respaldo de los Franco. Se podría pensar que con la llegada de la democracia su estrella se apagaría, pero no fue así. Nini Montián, reconvertida en cronista de la jet set, colaboró con todo tipo de medios y seguió siendo durante décadas una fija de los photocalls.

En los años 80 era tan común verla aparecer vestida de gala en la inauguración del Festival de Cine de San Sebastián , como entregando premios al mejor periodista del año al mismísimo Jaime Peñafiel. Ni su mala salud (estuvo ciega durante meses por un error médico) ni su naturaleza proclive a la queja la alejaron de los focos. Aunque cada vez, le costara más hacer «el paripé».

Jaime Peñafiel, en una imagen de archivo. / GTRES

«No me gusta la profesión en el fondo, pero soy una mujer sola y lo necesito. No sabes lo difícil que es tener que reír cuando no tienes ganas. Peor que salir a escena. No creas que el cronista social se divierte en los cócteles, y creo que los diplomáticos tampoco. Pero trabajo con profesionalidad», explicó a ABC cuatro años antes de fallecer.

Tras décadas de relaciones bien explotadas y algún que otro enemigo, Niní falleció en Madrid en 1986 víctima de un cáncer de páncreas que acabaría con ella a los 75 años. Antes de dar la noticia a la prensa de su fallecimiento, ella misma resumió su existencia declarando «He vivido muy deprisa, he ido a los mejores colegios del mundo y he viajado mucho conociendo a mucha gente y formando una personalidad abierta al diálogo». Sólo sus íntimos acudieron en secreto a su entierro, ella misma pidió que no se avisara a nadie, consideraba que el tiempo de los demás era demasiado valioso.

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